Un hombre yace de
rodillas, en el huerto de los olivos: orando. Consciente de su futuro
inmediato, pide a Dios, que le evite el indescriptible dolor que se avecina: “aleja
de mi este cáliz”. El pánico absoluto, lo hace…¡sudar sangre! La noche en Getsemaní,
transcurre demasiado lenta, las estrellas se lucen sobre el obscuro cielo del desierto, hay
un tétrico silencio, lejos se adivinan las formas de la ciudad santa.
El rabí vive: un indecible
dolor del alma, consciente de su inminente pasión y partida. Percibe la cicatriz, que dejará en
sus seres amados. María Magdalena; tan cercana a su vida, será la primera
en entrar a su tumba. Anticipa, el llanto de su madre, testigo involuntario, de
la muerte de un hijo en la cruz. Piensa en sus amados hermanos, y discípulos;
que serán martirizados por seguirle. Siente la traición de un amigo. Por si
fuera poco; ha visto crucificados, sabe bien la tortura física que le
espera; horrores que se plasmarán en la sábana
santa. Está aterrorizado: la sangre ahora gotea, por toda su piel.
La tentación de
evitar todo ello es… ¡enorme!: huir es en esos momentos fácil.
Reza; pues sabe que solo, no podrá resistir. En esos obscuros momentos, demuestra
quién es; pide a su padre: “no se haga mi voluntad si no la tuya”.
El nazareno cumple
con hechos concretos: lo que ha predicado. Pedirá por sus desalmados verdugos: “perdónalos
pues no saben lo que hacen”. Es un maestro congruente, lleva al límite de las
posibilidades humanas su mensaje… le da con ello: validez absoluta.
No habrá en la
historia humana: drama que supere a esa noche en Getsemaní. Otros hombres hechos dioses, morirán cómodamente:
uno subirá galopando al cielo montado en un caballo, otro desaparecerá
misteriosamente, y algunos más se elevaran para caminará entre las nubes. Nadie
les pondrá una prueba tan dura, a sus prédicas. Otros más, consideraros filósofos;
morirán distinto; ingiriendo
venenos piadosos, al caerles una tortuga en la cabeza, o comidos por los
piojos. Algunos profetas, con más suerte; fallecerán decapitados, o de vejez extrema, y
rodeados de felicidad.
El Nazareno: no busca
el dolor. Ha dedicado su vida, a curar enfermos del alma o del cuerpo, ve a
Dios en la salud y la felicidad. Predica
el “reino de los cielos”, entendido como un estado de bienaventuranza, donde no hay sufrimiento. Distingue entre; el
fanatismo originado por falsas creencias, y las leyes de Dios. Defiende la libertad
del hombre; ha roto las cadenas de su pueblo; originada en palabras: escritas
por mortales, lo que es, el motivo de su condena a la cruz.
La lógica apabullante
de sus parábolas, muestra una fina inteligencia, y profundo conocimiento de la
psique humana. Las alusiones a sus escrituras sagradas, indican su cultura. La admiración
de sus discípulos y seguidores; demuestran su estabilidad de carácter. En suma;
ha tomado la decisión un hombre sano, que asume voluntariamente, el durísimo camino, que su Padre le indica. (Marcos 14, 32-36).
Getsemaní es el inicio y energía real del Cristianismo, el ejemplo del cumplimiento total; a la voluntad divina. Los milagros, o falta de ellos: sobra. La resurrección;
ocurrida o no, es un mero trámite. El perdón de los pecados, por; arrepentimiento sincero, o mediante compra de indulgencias plenarias: se minimiza. La alegría
de una vida eterna en el cielo, pasando por una exclusiva puerta, se desvanece. La psicótica y alegre mirada, de
un santo, que es martirizado (plasmada en algún cuadro medieval) carece ahora de
sentido. El juicio, a un dios; que envía a su hijo único, a ser salvajemente
torturado, con objeto de expiar la deuda, de un lejano antepasado, se torna
intrascendente. El miedo a ser arrojado, para siempre al infierno, se pierde.
Jesús ha vencido la naturaleza humana, enseñándonos el camino, ha nacido el
Cristianismo.
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